Dióxido de carbono
El dióxido de carbono,
también denominado óxido de carbono
(IV), gas carbónico y anhídrido carbónico, es un gas cuyas moléculas
están compuestas por dos átomos de oxígeno y uno de carbono. Su fórmula molecular es CO2.
Como parte del ciclo del carbono, plantas,
algas y cianobacterias
usan la energía lumínica del Sol para fotosintetizar carbohidratos a partir del
dióxido de carbono y el agua, expulsando oxígeno como desecho de la reacción.[2]
Sin embargo, las plantas no pueden hacer la fotosíntesis por la noche o en
oscuridad, desprendiendo una cantidad menor de dióxido de carbono debido a la respiración celular.[3]
No solo las plantas, la mayoría de los organismos
en la Tierra
que respiran expulsan dióxido de carbono como desecho del metabolismo,
incluyendo al ser humano. El dióxido de carbono es producido también por la combustión
del carbón y los hidrocarburos, y es emitido por volcanes,
géiseres
y fuentes volcánicas.
El ciclo del dióxido de
carbono comprende, en primer lugar, un ciclo biológico donde se producen unos
intercambios de carbono (CO2) entre la respiración de los seres
vivos y la atmósfera. La retención del carbono se produce a través de la fotosíntesis
de las plantas, y la emisión a la atmósfera, a través de la respiración animal
y vegetal. Este proceso es relativamente corto y puede renovar el carbono de
toda la Tierra en 20 años.
En segundo lugar, el ciclo del
dióxido de carbono comprende un ciclo biogeoquímico más extenso que el
biológico y que regula la transferencia entre la atmósfera y los océanos y el
suelo (litosfera). El CO2 emitido a la atmósfera, si supera al
contenido en los océanos, ríos, etc., es absorbido con facilidad por el agua,
convirtiéndose en ácido carbónico (H2CO3). Este ácido
débil influye sobre los silicatos que constituyen las rocas y se producen los
iones bicarbonato (HCO3−). Los iones bicarbonato son
asimilados por los animales acuáticos en la formación de sus tejidos. Una vez
que estos seres vivos mueren, quedan depositados en los sedimentos calcáreos de
los fondos marinos. Finalmente, el CO2 vuelve a la atmósfera durante
las erupciones volcánicas, al fusionarse en combustión las rocas con los restos
de los seres vivos.
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